Los laicos son aquellos que «en el corazón del mundo» llevan a Cristo a la gente, viven el Evangelio en su vida cotidiana e intentan transformar nuestro mundo desde dentro y con la fuerza del Espíritu para que cada vez se parezca un poco más al Reino de Dios.
Por ello, hay también hay múltiples carismas, grupos, formas de ser y de estar.
Aquí te mostramos los diversos grupos que hay en nuestras parroquias: Pincha aquí.
¡Pero hay muchos más!
«Los cristianos seglares obtienen el derecho y la obligación del apostolado por su unión con Cristo Cabeza. Ya que insertos por el bautismo en el Cuerpo místico de Cristo, robustecidos por la Confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, son destinados al apostolado por el mismo Señor. Se consagran como sacerdocio real y gente santa (1 Pe 2,4-10) para ofrecer hostias espirituales por medio de todas sus obras, y para dar testimonio de Cristo en todas las partes del mundo. La caridad, que es como el alma de todo apostolado, se comunica y mantiene con los sacramentos, sobre todo de la eucaristía» (Apostolicam actuositatem 3).
«El carácter secular es propio y peculiar de los laicos. Los que recibieron el orden sagrado, aunque algunas veces pueden tratar asuntos seculares, incluso ejerciendo una profesión secular, están ordenados principal y directamente al sagrado ministerio, por razón de su vocación particular, en tanto que los religiosos, por su estado, dan un preclaro y eximio testimonio de que el mundo no puede ser transfigurado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las bienaventuranzas. A los laicos pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales. Viven en el siglo, es decir, en todas y cada una de las actividades y profesiones, así como en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social con las que su existencia está como entretejida. Allí están llamados por Dios a cumplir su propio cometido, guiándose por el espíritu evangélico, de modo que, igual que la levadura, contribuyan desde dentro a la santificación del mundo y de este modo descubran a Cristo a los demás, brillando, ante todo, con el testimonio de su vida, fe, esperanza y caridad» (Lumen gentium 31).
«Los seglares, cuya vocación específica los coloca en el corazón del mundo y a la guía de las más variadas tareas temporales, deben ejercer por lo mismo una forma singular de evangelización. Su tarea primaria e inmediata no es la institución y desarrollo de la comunidad eclesial -esa es la específica función de los pastores- sino el poner en práctica todas las posibilidades cristianas y evangélicas escondidas pero a la vez ya presentes y activas en las cosas del mundo. El campo de su actividad evangelizadora es el vasto y complejo mundo de la política, de lo social, de la economía, y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación de masas, así como otras realidades abiertas a la evangelización, como el amor, la familia, la educación de los niños y jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento. Cuantos más seglares haya impregnados del Evangelio, responsables de estas realidades y claramente comprometidos con ellas, competentes para promoverlas y conscientes de que es necesario desplegar su plena capacidad cristiana, tantas veces oculta y asfixiante, tanto más estas realidades -sin perder ni sacrificar nada de su coeficiente humano, al contrario, manifestando una dimensión trascendente, frecuentemente desconocida- estarán al servicio de la edificación del Reino de Dios y, por consiguiente, de la salvación de Cristo Jesús» (Evangelii nuntiandi 70).
«La misión del laico encuentra su raíz y significación en su ser más profundo que el Concilio Vaticano II se preocupó de subrayar, en algunos de sus documentos: El bautismo y la confirmación lo incorporan a Cristo y lo hacen miembro de la Iglesia. Participa, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo y la ejerce en su condición propia; – la fidelidad y la coherencia con las riquezas y exigencias de su ser le dan su identidad de hombre de Iglesia en el corazón del mundo y de hombre del mundo en el corazón de la Iglesia. En efecto, el laico se ubica, por su vocación, en la Iglesia y en el mundo. Miembro de la Iglesia, fiel a Cristo, está comprometido en la construcción del Reino en su dimensión temporal. En profunda comunicación con sus hermanos laicos y con los pastores, en los cuales ve a sus maestros en la fe, el laico contribuye a construir la Iglesia como comunidad de fe, de oración, de caridad fraterna y lo hace por la catequesis, por la vida sacramental, por la ayuda a los hermanos. De allí la multiplicidad de formas de apostolado cada una de las cuales pone énfasis en alguno de los aspectos mencionados. Pero es en el mundo donde el laico encuentra su campo específico de acción. Por el testimonio de su vida, por su palabra oportuna y por su acción concreta, el laico tiene la responsabilidad de ordenar las realidades temporales para ponerlas al servicio de la instauración del reino de Dios» (Documento de Puebla 786-9).
«Precisamente para poder captar completa, adecuada y específicamente la condición eclesial del fiel laico es necesario profundizar en el alcance teológico del concepto de la índole secular a la luz del designio salvífico de Dios y del misterio de la Iglesia… Ciertamente, todos los miembros de la Iglesia son partícipes de su dimensión secular; pero lo son de formas diversas. En particular, la participación de los fieles laicos tiene una modalidad propia de actuación y de función que, según el Concilio, es propia y peculiar de ellos. Tal modalidad se designa con la expresión índole secular… De este modo, el mundo se convierte en el ámbito y el medio de la vocación cristiana de los fieles laicos, porque él mismo está destinado a dar gloria a Dios Padre en Cristo. No han sido llamados a abandonar el lugar que ocupan en el mundo … Mediante el ejercicio de sus propias tareas, guiados por el espíritu evangélico , manifiestan a Cristo ante los demás principalmente con el testimonio de su vida y con el fulgor de su fe, esperanza y caridad» (Christifideles laici 15).
Fuente: pastoral-vocacional.org
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